UN LEGADO QUE TRASCIENDE POR GENERACIONES
Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Debes comprometerte con todo tu ser a cumplir cada uno de estos mandatos que hoy te entrego. Repíteselos a tus hijos una y otra vez. Habla de ellos en tus conversaciones cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalos a tus manos y llévalos sobre la frente como un recordatorio. Escríbelos en los marcos de la entrada de tu casa y sobre las puertas de la ciudad. Deuteronomio 6:5-9 (NTV)
Hay diversas formas de construir una herencia familiar, tangible e intangible. Generalmente los padres nos preocupamos por dejar a nuestros hijos una buena educación, bienes materiales, etc. Pero desde la perspectiva del reino de Dios nuestro principal legado es espiritual e intangible, y debe ser tal como Dios lo estableció.
Deut.6:5-7 establece el legado que Dios ordenó a los padres pasar a sus hijos por generaciones.
- La total rendición de los padres por amor a Dios (v.5).
- La Palabra de Dios debe estar en el corazón o centro directriz en la vida de los padres (v.6).
- Con el ejemplo de sus vidas, deberán enseñar o transmitir la Palabra de Dios a sus hijos en medio de todas las actividades cotidianas (v.7).
La autoridad espiritual y moral de los padres depende de su autenticidad de fe, o como Pablo la califica, “la fe no fingida” que la madre y abuela de Timoteo le transmitieron con tan buen fruto (2 Tim.1:5). Los padres mantienen esta autoridad aun con la humildad y sinceridad para reconocer sus errores e imperfecciones ante los hijos. Como enseña Prov.22:6, las normas de fe y conducta se transmiten desde muy temprana edad y de generación en generación. Cada decisión que tomemos y todo lo que hagamos será de impacto para nuestras generaciones; nuestra fe y acciones podrán bendecir o echar a perder a los hijos.
Como padres cristianos debemos recordar que el Señor es lo primero. Nuestros hijos han de ver que de Él proviene nuestra identidad, la fuente de nuestra seguridad, trascendencia, metas, principios, etc. Que no ponemos a nada ni nadie en su lugar. Que lo amamos de manera integral, con todo lo que somos: la voluntad, las emociones, la inteligencia y las acciones. Que ese amor nos impulsa a ser obedientes y a guardar sus mandamientos. Eso no significa que nuestros hijos nos miren como “perfectos”, sino que, en nuestras debilidades, amamos a Dios honestamente. De esta manera, podemos hablarles de las instrucciones de Dios en cada momento de la vida que compartimos con ellos, en las actividades físicas y mentales. El texto nos habla de ser padres presentes cuando son niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Cuando van a la escuela y regresan con inquietudes de lo que aprenden; cuando tienen conflictos o dudas en sus relaciones interpersonales; cuando enfrentan temores, inseguridades o éxitos; cuando queremos que miren las necesidades de otros y piensen en formas de servir y compartir la fe. Nuestro anhelo es que ellos se apropien de esa fe, y que, por amor, obedezcan a Dios y no sólo a una lista de qué sí y qué no hacer.
Que su relación con la Palabra de Dios no sea una actividad religiosa, sino una forma de vida. Por el contrario, si sólo pasamos una lista de mandamientos a nuestros hijos, sin el respaldo de nuestro ejemplo, muy probablemente ellos descartarán esa fe como no genuina y la considerarán una molestia.
Guía para tu oración
Señor, ayúdame a amarte con la fuerza, entrega e integridad que tú pides, para así modelar ese amor obediente a mis hijos y demás personas que aprenden de mí.

No te pierdas nuestros devocionales anteriores:
Devocional día 1
¿Te gustaría venir y compartir con nosotros?
SÍGUENOS